Hoy mi intención no es escribir sobre qué enseño, cómo lo enseño o porqué lo enseño. Nada tiene que ver con el proceso de enseñanza-aprendizaje de ELE o L2. No voy a cuestionarme ninguna de estas problemáticas. Mi interés hoy se centra en las actitudes de mis alumnos en edad escolar hacia la educación. Me gustaría que se dieran cuenta de lo importante que es estudiar para su futuro -sí, ese que ahora no perciben, aunque en un abrir y cerrar de ojos les pasará por encima dejando al descubierto la cruda realidad-. Para ellos la educación es una obligación de arduo cumplimiento y en ningún caso la contemplan como una oportunidad. ¿Por qué estudiar o hacer tareas si puedo estar viendo la tele o jugando con la videoconsola?
No voy a cambiar el mundo, sé que una sola persona no puede hacerlo. Tengo muy claro que sólo soy la profesora de apoyo, la que les ayuda a hacer los deberes, pero también me siento responsable de las ideas que pueda transmitirles durante el tiempo que dure la clase. Esto me ha llevado a plantearme qué ha significado y significa para mí la educación. ¿Qué ha supuesto el paso por el sistema educativo? Es otro ejercicio más que tiene la intención de dar una respuesta al mismo comentario de siempre: «no tengo ganas de hacer los deberes», «esto no me gusta», «esto es un rollo».
Mi caso, quizá, no es mi típico; lo reconozco. Siempre me gustó asistir al colegio, me gustaban los libros, estar en las aulas con mis compañeros, jugar en el patio y escuchar a los profesores. Aunque también había asignaturas que no me gustaban y se me ponían por montera. Sin embargo, el resto de materias y lo mucho que me gustaban siempre compensaban a las otras.
Reconozco que el instituto también me gustó y el hecho de poder elegir qué estudiar (ciencias o letras) fue una motivación. Además, durante esta etapa decidí qué estudios quería realizar en la universidad y se convirtió en un objetivo a alcanzar. El deseo de pasar curso y el esfuerzo por sacar más que una aprobado siempre estuvieron ahí. No fui un fenómeno en todas las materias, como ya he dicho tuve mis caballos de batalla. (Nada, ni nadie es perfecto). Sin embargo, el valor del trabajo y la superación han sido dos ideas que me han acompañado siempre y que todavía siguen conmigo.
Por supuesto, la universidad y la carrera que cursé supusieron para mí convertirme en lo que soy. También durante esta época siguieron acompañándome la idea de lo bueno que era el trabajo bien hecho, el afán de superación y la curiosidad por ir más allá.
Creo que en las diferentes etapas educativas por las que pasé, evidentemente, no sólo aprendí a leer y escribir -cosa que facilita mucho la vida-; sino que también aprendí a pensar, a formar mi opinión, a discernir lo que está mal de lo que está bien, a conocer otros mundos, … Además, adquirí la posibilidad de generar oportunidades.( Recuerdo que en filosofía hablaban de la potencialidad de las cosas y el acto: una semilla tenía la potencialidad de convertirse en árbol, por ejemplo. Que me socorran con esto los filósofos porque igual se han distorsionado mis recuerdos).
Lo que tengo muy claro es que mi vida sería muy diferente si no hubiera estudiado (nunca fue una opción no hacerlo). Para mí siempre fue una máxima aquello de «El conocimiento no ocupa lugar, ni paga impuestos». En cualquier caso, escribo todo esto porque me preocupa cómo están las cosas, porque veo mucha apatía en mis alumnos a pesar de ser gente inteligente y creativa que tiene respuesta para todo y porque me da pena que no se premie el esfuerzo y el trabajo.