Pues, sí, ando ejerciendo de arqueóloga didáctica de mi propio trabajo. Siempre me atrajo la arqueología porque me fascinan las cosas antiguas y las historias por descubrir. No se trata de adivinar lo que está por venir; si no de echar la vista atrás para desvelar lo que aconteció y por qué sucedió así. Esta es la idea que me ha llevado al campo de excavación en el que me encuentro y del que espero sacar una información jugosa.
Esta idea de la arqueología la he sacado de Woodward, quien nos propone en uno de los apartados del libro, Planificación de clases y cursos, que hagamos el análisis de las cuatro columnas: pasos, segmentos, suposiciones/creencias y arqueología. En mi caso, he optado por centrarme en la última columna, la arqueología, para darle un nuevo contenido.
En esta misión arqueológica mi objetivo final es la reconstrucción de un itinerario que sigo inconscientemente cuando imparto clase, pero que no está escrito en ningún sitio. El campo de trabajo está sembrado de montañas de papeles llenos de planes de clase y «unidades didácticas»* que representan las diferentes construcciones que han ido poblando mis tierras didácticas. Es un proceso de documentación que me ayudará a descubrir qué actividades he elegido para levantar esas construcciones y no otras; así como averiguar las cosas que tienen importancia para mí. Por ejemplo, durante los primeros días de excavación he encontrado restos del primer poblador que conocí por estas tierras, el primer libro de texto con el que trabajé.
* escribo unidades didácticas entrecomillado porque, una vez revisadas, necesito documentarlas para explicar porqué esos ejercicios y no otros; así como detallar los objetivos que tienen cada uno de ellos.
A seguir con la excavación porque los hallazgos se acumulan…