Parece que el constructivismo vino para quedarse. Últimamente en todos los artículos o libros cuya lectura estoy iniciando se habla de él y cómo afecta al proceso de enseñanza-aprendizaje. Está claro que supone una visión totalmente diferente de los papeles que adoptamos como estudiantes o profesores y que afecta, no sólo al desarrollo de la clase, si no a las reflexiones docentes. Yo solía y suelo realizar muchas hipótesis sobre lo que pasaba y pasa en clase; así como de las explicaciones que doy o de las preguntas que hacían o hacen mis alumnos. Cuando dije que esta herramienta me estaba ayudando a pasar de las meras reflexiones o conclusiones a otro nivel de reflexión más profunda no me equivocaba mucho.
Antes solía hacer reflexiones o exponer problemas que tenía con el objeto de que alguien me echara un cable y me diera una receta mágica que acabase de un plumazo con todo problema. Sin embargo, con el tiempo y a medida que voy leyendo más y más sobre todo esto, me doy cuenta de que los «problemas» que tengo en el aula son míos, que mis creencias me hacen dar la clase de determinada forma y que hay muchos condicionantes que son intrínsecos a mí. Por tanto, no puedo esperar que nadie me dé una fórmula magistral para mis clases porque no existe -creo-; sino que en base a los comentarios, intercambios e investigaciones que yo pueda hacer en mis clases iré encontrando las posibles soluciones para la mejora de mi clase y de mi práctica docente -al menos eso espero-. Es decir, cada uno tenemos una vía y a mí me toca explorar y trabajar sobre la mía. Por tanto, todo esto significa que yo construyo mis conocimientos y mi forma de enfocar las clases o de actuar en ellas en base a todo este trabajo que voy haciendo, en base a las idas y venidas, en base a los comentarios que intercambiamos, en base a las lecturas, en base a las dinámicas que establezco con mis alumnos, en base a pruebas y experiementos, etc.
Comento esto porque inconscientemente me da la sensación desde que empecé he creído que había una sola manera de hacer las cosas bien, que había un modelo universal de enseñanza que daba magníficos resultados y, por tanto, creía que tenía que tender hacia él. Sin embargo, ahora mi visión de la cuestión ha cambiado algo, ahora como siempre toca ver si es así de verdad o no.
Toda esta reflexión ha salido de la lectura de Olga Esteve, La observación en el aula como base para la mejora de la práctica docente en La observación como instrumento para la mejora de la enseñanza-aprendizaje de lenguas; David Lasagabaster y Juan Manuel Sierra (Eds), Cuadernos de Educación, Horsori, Barcelona, 2004 (pp 79-114)
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